Politica
Fernando Báez Sosa: lo que cambia (o no) con un fallo
Tres miradas sobre la condena a los rugbiers
“Hay muchos que se han sensibilizado con esto, que aprenden en el sentido real de la palabra y pueden transformarse, pero no solamente algunos jóvenes deben modificar sus conductas, muchos adultos debiésemos cambiar”. Oscar Castellucci responde así ante la consulta de Página 12 y remite sus reflexiones a su propia historia personal: es el padre de Martín, asesinado por un patovica en la puerta de un boliche de Lanús en 2006, y es referente de una asociación civil que lleva el nombre de su hijo. “Ninguno de los ocho padres pidieron perdón a la familia de Fernando, no quiero caer en la moralina de la educación pero hay que modificar conductas sociales porque los pibes reproducen el modelo que maman”.
“La pena de prisión perpetua para cinco y la de 15 años de prisión para los tres restantes es severísima. Tal severidad quizá pueda ser reparadora del inmenso dolor de los familiares de Fernando, pero debemos tener en claro que no es garantía de que hechos crueles como el sucedido no se repitan”, afirma desde otro enfoque Guillermo Torremare, abogado y magister en derechos humanos, presidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y miembro de la Comisión Provincial por la Memoria. En tanto, el psicólogo y docente Patricio Leone considera que “la violencia no va a moderarse por este fallo”, aunque plantea un camino posible. Sobre el impacto de las sentencias “ejemplificadoras” en el devenir de la realidad, un juez en actividad aportó el dato empírico de que las sucesivas condenas a perpetua de los femicidas, tras la incorporación de esa figura en el Código Penal, no redujeron los femicidios.
“10 años, 12 o perpetua no modifica nada”
“Cuando escuché el fallo lloré de tristeza porque me reflotó lo que me tocó vivir a mí cuando fue la condena del asesino de Martín, uno replica las situaciones. Debería modificar múltiples conductas, pero no sucederá en el sistema carcelario con los condenados, lo viví con el asesino de Martín, debería cambiar la sociedad pero todo fue un gran circo, el día que se apagan las cámaras de televisión empieza a pasar otra cosa”, expresa Castellucci en referencia a las instancias de apelación. “Con el asesino de Martín (José Segundo Lienqueo Catalán) hubo muchas cámaras cuando lo condenaron, pero el día que salió con libertad condicional cuando cumplió los dos tercios de la condena (el 14 de abril de 2009 por homicidio con dolo eventual por su condición de boxeador, a 11 años y 9 meses de prisión) tenía un informe psicológico negativo y no se enteró nadie más que nosotros”, recuerda. “Esas son las conductas que deberían modificarse, los juicios son una parafernalia, es el momento más terrible para esos padres, pero quedarse en ese momento te deja con las manos vacías, el Poder Judicial es un laberinto, Casación puede ordenar volver a hacer el juicio, te meten en un callejón de que si no es perpetua no es justicia, aunque estén 35 años en la cárcel no va a cambiar casi nada”, agrega este hombre que ahora está jubilado, pero fue docente uniersitario en la Facultad de Bellas Artes de la UNLP y subdirector de Estudios y Archivos Especiales de la Biblioteca del Congreso de la Nación.
Castellucci, desde su lugar de víctima, dice que empatiza con la familia de Fernando Báez Sosa pero manifiesta que tiene una mirada diferente. “Para que estas cosas no vuelvan a pasar no podés quedarte en el juicio convertido en una parafernalia totalizadora que te impide ver cualquier cosa alrededor, sin entender los por qué, quiénes se equivocaron, y qué debería pasar ahora, nadie habla de eso”. Su forma de abordar la tragedia desde otro lugar: “El juicio es un momento importante porque necesitás la reparación, la condena judicial que diga que quien mató a tu hijo es un asesino, si hay condena social también ayuda, pero cuando dictaron el fallo de Martín me preguntaban si estaba conforme con la condena, dije que no me importaba el monto de la condena, me importaba qué iba a cambiar y no cambió nada, 10 años, 12 o perpetua no modifica nada”, explica el hombre que dice que “no hay un libro que diga qué hacer cuando te matan un hijo”.
Él y su familia eligieron un camino que fue “mucho más reparador que el fallo, nosotros pudimos donar los órganos de Martín y nos convertimos en militantes de ese tema”. Además, tuvieron la iniciativa que se convirtió en la ley 26.370 sancionada en 2008 que regula la actividad de los patovica o custodios de boliches nocturnos, impone una capacitación obligatoria y un organismo estatal los registra y habilita. “Llevamos diez años peleando por esto, como el Quijote, y ahora en diciembre presentamos el proyecto para la creación de una Agencia Nacional de Nocturnidad“, indica. Y apunta que las leyes nacidas al calor de este tipo de tragedias “son producto de lobbies sectoriales por situaciones coyunturales, incluso la propia nuestra, como un parche rápido para dar una respuesta, y luego ese mismo lobby no te da la fuerza suficiente para aplicar esa ley”.
“La severidad de las penas no disuade”
Guillermo Torremare reparte sus actividades entre Buenos Aires y La Plata. En el medio, atiende a este diario y afirma: “Cuando un caso tiene las características de éste, la principal expectativa de mucha gente suele ser que la sanción penal a los culpables sea la máxima posible y esto se hizo notar antes de la sentencia, lo cual a veces opera como presión sobre quienes deben decidir, lo que resta independencia a los jueces”. Sobre la sentencia, el experto considera que “la pena de prisión perpetua para cinco y la de 15 años de prisión para los tres restantes es severísima”. A su criterio, “tal severidad quizá pueda ser reparadora del inmenso dolor de los familiares de Fernando, pero debemos tener en claro que no es garantía de que hechos crueles como el sucedido no se repitan”. Torremare asegura que “está probado que la severidad de las penas no disuade, quien va a cometer un delito lo comete porque piensa que eludirá la sanción penal. Por ello el punitivismo extremo, pensar en el Poder Judicial como un vengador, no es solución al problema del delito en general ni de la violencia en particular”.
Para este abogado especializado en derechos humanos, “la difusión masiva del tema debe servir para que se le exija al Estado que desarrolle políticas públicas que tiendan a impedir la repetición de estos hechos. Y eso implica, en primer lugar, la censura de los discursos de odio que son el puntapié inicial de la violencia, y por supuesto, el rechazo incondicional a todo tipo de violencia, tanto la que cometen los particulares como la que comete el Estado”.
“La violencia tiene su origen en otro territorio”
“En el fallo de la causa Báez Sosa la ley nos puso un freno a todos, dejó claro que el deseo es una cosa y la Justicia es otra. El clamor de perpetua para todos, analizándolo bien, sólo podía derivarse de un emocional anhelo de venganza. Este fallo está fundado en la razón. En esta época de irracionalidades, es un acto de valentía que, por supuesto, ha levantado marejadas. En uno y otro sentido”. Así responde a Página12 el psicólogo y docente Patricio Leone, director de Diafos, (Espacio de Arte, Cultura y Salud) y profesor en la Escuela del Nuevo Sol. “Baruch Spinoza, ese formidable pensador racionalista, decía: ‘Ni reir ni llorar. Comprender’. Las emociones están muy bien. Somos humanos. Pero hay situaciones en las que no deben llevar las riendas”.
“Este es un caso insignia. ¿Servirá este fallo ejemplar para detener la violencia entre adolescentes? No pareciera. En principio, porque sospecho que son dos temas que no se tocan. Como demasiado, lo hacen levemente. Pero de manera inocua. En lo personal, no veo una relación causa-efecto entre un fallo judicial y la violencia. La violencia tiene su origen en otro territorio: el de la otredad. Ya no hay otro. Si la máxima de los derechos humanos es ‘el otro soy yo’, esta época eliminó un término de la ecuación: el otro, el prójimo. Leo personas en las redes sociales festejando el desmayo de Thomsen, o pidiendo que los lleven a penales en donde los violen”.
“El desafío de la empatía, mal que nos pese, es ejercerla con lo más desagradable. Todos somos empáticos con Fernando, con Graciela, o con Silvino. Son otros amables. Pero la empatía real es con el otro, en cualquiera de sus formas. ¿Por qué desapareció el otro? Marx sostenía que la descomposición de un sistema provoca la descomposición de los vínculos sociales. Tal vez ahí tengamos una clave”, apunta.
“Pobreza, desempleo, hambre, desesperanza, y tantos otros males de la sociedad actual, han conseguido licuar al otro en el torbellino de la supervivencia. ¿De qué otro me hablan si apenas puedo seguir? La violencia no va a moderarse por este fallo. Sólo va a suceder cuando las condiciones materiales de existencia no sean tan crueles para tantos. Y ahí surge otra pregunta: ¿acaso los rugbiers no tenían una buena vida, alejada de carencias? Sí, claro. Pero lo social no reconoce mamparas. Cuando se contamina un algo, se contamina el todo. Es indetenible. Nos queda un recurso, a nivel personal. El ejercicio de la ternura, tal como pregonaba el extrañado Fernando Ulloa. Aplicar dulzura sobre las púas. No será mucho, puede ser, pero sería un buen comienzo”.